140 AÑOS DE CONOCIMIENTO DE PRESENCIA DE OVNIS







Durante el siglo pasado, la imaginación dotó a estos misteriosos invasores llegados de otro mundo de una gran variedad de formas. Grandes unas veces y diminutos otras, poseedores de tres ojos o de uno solo, el caso es que estos visitantes, ya sean pacíficos o agresivos, son de lo más variopinto.
Su descripción podría llenar un libro entero de “exozoología”, como se hacía antiguamente con los catálogos razonados que recogían las diferentes variedades de seres vivos que los naturalistas amateurs encontraban a su paso.

No obstante, por muy diversas que sean estas figuras, hay un aspecto que llama la atención por su constancia: la mayoría son calvos. Pensemos, por ejemplo, en E. T., los hombrecillos grises o los annunakis, como a veces los llaman los expertos en la materia: los visitantes no tienen ni rastro de pelo en la cabeza. ¿Es realmente una coincidencia?
La mayoría de los relatos que tratan sobre la vida extraterrestre describen civilizaciones superiores a la nuestra (lo cual explica que posean los recursos tecnológicos necesarios para venir a visitarnos). A este respecto, podría estar en juego una cierta representación de la teoría de la evolución. La hipótesis implícita en la que se sustenta la descripción física de estos seres es que, al estar muy por delante de nosotros, representarían, en cierto modo, nuestro futuro desarrollo biológico.
Estas criaturas extraordinarias, dotadas de una cabeza a menudo desproporcionada en relación con el cuerpo, constituyen oscuramente la etapa final de nuestro futuro.
Podría decirse que el cabello, primo del pelo, se considera, sin duda, un rasgo de aparente animalidad impropio de una conciencia superior. Además, los cabellos y los pelos, que tal vez tuvieran utilidad en épocas en las que los hombres se veían expuestos a las inclemencias de la temperatura, estarían abocados —puesto que la función crea el órgano— a desaparecer lentamente para dejar expuesta toda la potencia de un córtex que tiende a ser cada vez más voluminoso.
Esta forma de entender la evolución biológica —¿acaso nos sorprende?— no respeta demasiado la ortodoxia de la teoría darwiniana, sino que tiene más bien acentos claramente lamarckianos.